Por Waldemar Verdugo Fuentes
Fragmentos Publicados en Papel Vegetal.

Arrebujada
en sus raíces, Guanajuato ha conservado intacto su ancestral señorío. El
renombre establecido de esta ciudad que es reliquia de América, nombrada por la
UNESCO “Patrimonio Cultural de la Humanidad”, se debe a su espíritu propio, que
emana de un cierto dramático destino. La riqueza y la leyenda pasaron por la
ciudad y sus huellas se ven fácilmente por todos los rumbos. El merecido
prestigio que posee Guanajuato en la historia de México, y su indiscutido
derecho a ser reliquia entre las poblaciones que nos legó el pasado americano,
fueron ganados en el sacrificio que hicieron sus habitantes en tiempos de
angustia de guerra y terribles días de muerte y destrucción.


Los conquistadores, al mando de Nuño de
Guzmán, llegaron a esta región en 1529, ocho años después de la toma de la Gran
Tenochtitlán. Don Pablo del Río, uno de los cronistas y antiguo vecino del
lugar, es quien nos cuenta la historia de Guanajuato: “Célebre como una de las
más ricas e importantes en el renombrado Virreinato de la Nueva España”.
"-Aquí -narra don Pablo- todo lo que
había no pasaba de ser una pobre aldea indígena, y
después de la ocupación del país por los españoles fue abandonada por sus
primitivos moradores. En 1546, de acuerdo con una donación hecha a su favor por
el Virrey, tomó posesión del lugar y estableció su residencia Rodrigo Vásquez,
soldado de la conquista. Según sabemos, ésta es la primera referencia fidedigna
que existe, o sea, al contrario de otras ciudades mexicanas, el origen de
Guanajuato es exclusivamente español, y se encuentra en lo que fue la estancia
de este soldado que venía con los conquistadores.
-¿Por qué se ubica a Guanajuato como una de
las ciudades coloniales más florecientes de América?
-En su
época lo fue, debido a que
se descubrieron en la región los cerros argentíferos más ricos del
mundo. Y eso fue muy poco tiempo después de la llegada de Rodrigo Vásquez;
ocurrió en 1548, cuando unos arrieros se dirigían a Zacatecas encontraron, de
modo casual, en los terrenos basálticos del cerro del Cubilete, la primera veta
de oro y plata abundante, a la que nombraron “San Bernabé”. Casi enseguida, en
1550, Juan de Rayas descubrió otro yacimiento, que en 1558 llevó al hallazgo de
la veta madre, en Mellado y en San Juan de Rayas, y se convirtió a Guanajuato
en poseedora de una fabulosa riqueza.
-¿Cómo fue organizándose la explotación
mineral?
-De acuerdo a las fechas de las crónicas,
desde 1554 ya se habían establecido por
aquí cuatro campamentos o “Reales” para cuidar de las recién encontradas minas.
Entre estos Reales, el de mayor importancia fue el de Santa Fe, situado en la
falda del Cerro del Cuarto, en terrenos que hoy ocupa la Alhóndiga de
Granaditas, en parte, y que puede considerarse el núcleo que dio nacimiento a
la ciudad. Durante mucho tiempo el nombre de ese Real sirvió para denominar la
población... vea usted... este documento fue escrito en el siglo XVII y
reconoce a nuestra ciudad, “Villa de Santa Fe, en el Real y Minas de
Xuanashuato”... con derecho a usar blasón en su escudo...
-¿A qué se debe que la ciudad no tenga Actas
de Fundación?
-Sí las tuvo -afirma don Pablo-, y se perdieron al extraviarse los archivos
que las contenían, fue en 1810, durante las luchas de Independencia. Sin
embargo, por otros documentos que existen en el Ayuntamiento sabemos que, para
establecer oficialmente la población, fue comisionado por el Virrey, a mediados
del siglo XVI, el licenciado Antonio de Lara y Mogrovejo, Oidor de la Real
Audiencia de México, quien otorgó con autoridad y facultades suficientes los
títulos primitivos" -termina.
En el
archivo del Ayuntamiento,
abierto al público,
veo donde se cita que el título
de Ciudad le fue conferido a Guanajuato por el rey Felipe V en 1741, en
consideración decía el rey “a su situación y temperamento tan propicio y
saludable”, “a sus buenos y copiosos frutos, y mantenimiento, benigno clima,
pureza de aguas y aires”, más “las minas de plata y oro, que hacen de ese Real
de Minas de los más útiles de la Nueva España, singular y estimable entre todos
los descubiertos y digno de los más distinguidos honores, por su copiosa
contribución, y por el lustre de sus principales vecinos y por exceder de
cuarenta mil almas de comunión”.
Los primeros habitantes de Guanajuato,
estimulados por la riqueza de la tierra que pisaban, dieron pruebas de voluntad
y decisión. Pese a los deficientes medios técnicos de que disponían, logran
sacar de las profundidades de la Tierra metales que les rendirían
prodigiosamente. Pensemos que hasta las primeras décadas de 1900 lo único
posible para perforar el suelo, hacer pozos verticales y abrir galerías
subterráneas era el empleo de cargas de pólvora, de mazos y de barrenos; así,
no es exagerado denominar de titánica la labor de quienes abrieron, por
ejemplo, la mina de La Valenciana: pozo
vertical acerca del que el barón de Humboldt (quien estuvo en Guanajuato en
1803) escribió que “su rotura hecha en la roca viva es una de las empresas
mayores más atrevidas que conoce la historia del laboreo de minas” (en
"Ensayo Político de la Nueva España").
La Valenciana, alguna vez, fue la mina que
más produjo metales ricos en todo el planeta;
su extensión es de unos 16.000 metros y pasa hacia el norte de la
ciudad; en ciertas partes atraviesa la pizarra arcillosa, que es la roca más
antigua de Guanajuato, en otras, el pórfido que descansa sobre ella. Hay puntos
en que los metales aparecen unidos; así se encuentra oro y plata en estado
puro, como plata sulfúrea, plata negra
prismática y la roja oscura; plomo platero, piritas de cobre y de fierro, plomo
carbonatado, cobre gris y cuarzo común, amatista y espato calizo... antes, por
el atraso de la técnica minera el procedimiento empleado solo hacía rentable el
beneficio de metales que tuvieran alta ley: si ésta bajaba, era mejor negocio
dejar la veta y buscar otra nueva; así se cerraron en Guanajuato muchas minas
que habían inundado al mundo de oro y plata durante varios siglos.
Así es como hoy el visitante de la ciudad
puede ver abandonadas minas que gozaron de gran prestigio, como la de Marfil,
como la de Mellado, que parecen ciudades fantasmas. Sus ruinas, que evocan
bienestar extraordinario, solo son guaridas de sombras, pura piedra adolorida y
mal tratada por el tiempo. Sin embargo, como un eco magnífico aún en La
Valenciana queda entera la iglesia de San Cayetano, que es una de las más
bellas construcciones de la arquitectura eclesiástica mexicana. Y muy cerca de
ella, aunque en peor estado, se ven las paredes ennegrecidas de la casona del
Conde De Rul, que, al igual que las paredes de la iglesia, cuentan los vecinos
que "se levantaron con mezcla de polvo de plata y vino de España". La
que fuera la próspera mina de Marfil hoy espanta con su belleza espectral,
donde lo que no se deshizo quedó roto. En el sitio solo se ve una melancólica
desolación y la aún en servicio “Presa de los Santos”, que lleva centurias en
medio del paisaje inmóvil.
En la cumbre de un cerro está la que fue la
mina de Mellado: menoscabada y en
completo abandono; el lugar se extiende en su soledad alrededor de lo que fue
un Convento, en cuyo pequeño claustro (o lo que se salvó de él) se respira un
aire de piedad arcaica, que es solemne en la tosca iglesia, fuerte, a cuyo
alrededor se agrupa el humilde caserío aún habitado por algunas familias, que
ayudan a la visión apocalíptica del asolamiento de estos refugios del misterio
que rodean la ciudad.
Y si necesitaron férrea voluntad y toda la
energía humana para adentrarse en la tierra metalífera, bastó la armonía
natural del sitio para que se acomodara la población. Guanajuato está
recatadamente escondida en su valle, largo y profundo encajado entre la
topografía adusta, en que resaltan los cerros de La Sirena y de La Bufa,
coronados de rocas que ocultan a la ciudad y que imposibilitan la construcción
de un aeropuerto, por lo que solo se puede acceder por carretera, sin que nadie
sospeche lo que va a encontrar al final del camino.
Ninguna señal anuncia la ciudad, simplemente
uno se encuentra a la vuelta de un recodo dentro de Guanajuato, avanzando por
una de sus calles de mayor movimiento, una de las tres principales, y que por
ser horizontales permiten la circulación de vehículos que atraviesan el pueblo
de un extremo al otro. Se descubre enseguida que las calles están muy alejadas
del trazo que se dio a las ciudades españolas en América, sin dejar por eso de
ser una de las ciudades más hispánicas de nuestro continente; pero es que no
hay geometría ni coherencia entre una calle y otra, hay más bien un cierto caos
donde cada esquina es una sorpresa: entre construcciones y solares de piedra
antigua se ven surgir rincones y recovecos más sus famosos callejones
laberínticos que guardan leyendas que rescatan la mitología de los
vecinos. Solidarios la mayor parte del
día, los estrechos callejones, algunos parecen olvidados en su abandono,
parecen flotar entre los muros; de señorío criollo, tan bien enraizados en
Guanajuato, estos estrechos pasadizos definen y exaltan el carácter urbano
singular de esta ciudad, son historia y tradición enlazadas cruzando en todas
direcciones, internándose en los barrios, trepando a los cerros y volviendo a bajar,
siguiendo retorcidos trazados de acuerdo a las desigualdades del terreno, que a
uno lo hacen sentir dentro de un laberinto.
Así modelado el trazo urbano, el ambiente es
espectacular para el visitante, que en cada callejón -y en sus curiosos nombres-
parece recibir la confidencia de una inquietud que sobrevive al remoto tiempo
de su esplendoroso pasado. Leemos Callejón de la Sangre de Cristo, Callejón de
la Bola, del Campanero, del Infierno, del Salto del Mono, de los Pajaritos, de
los Perros Muertos, del Caracol, de Gallitos, de los Changos, del Venado, del
Tecolote, de la Mula, de las Ánimas, de la Casualidad, del Resbalón, del
Maromero, de la Luna, de los Cuatro Vientos, del Terremoto, del Rayo, de
Cantaritos, del Vapor, de los Zapateros, de los Imposibles, de Pocitos, de
Matavacas, de la Cabecita, de la Cuesta China, de los Cinco Señores, del
Espinazo, del Chilito, de la Tenaza, del Ramillete, de la Cerbatana... cada uno
con su propia historia.
El Callejón del Truco recuerda que alguna
vez vivió allí un caballero con fama de apostador. Una noche de lluvia apostó
casa y mujer a una sola carta; al verse perdido optó por el suicidio y la calle
tomó su historia. La historia del Callejón de la Condesa, es la historia de una
mujer noble avergonzada. Nos informa la historia el vecino Pablo del Río, uno
de los cronistas de Guanajuato: “El relato a que me referiré es la historia de
la noble y linajuda condesa de Valenciana, doña María Ignacia de Obregón de la
Barrera, hija de uno de los personajes que más lustre dio a esta tierra: don
Antonio de Obregón y Alcocer, quien alcanzó de la gracia real los títulos de
vizconde de la Mina y Conde de la Valenciana.
Este era un hombre justo; él fue
el primero en dar a los mineros
participación de las utilidades, acto considerado como uno de los
aciertos del orden económico de nuestro tiempo.
Es tradicional en esta ciudad de Guanajuato que este noble caballero
hizo construir para su familia una de las fincas que se halla al lado del viejo
Palacio de Gobierno. La casa, digna de su gloria por todos conceptos, fue
edificada por el célebre arquitecto, pintor y grabador celayense don Eduardo
Tresguerras, de cuyo prestigio quedan notables monumentos del arte neoclásico
que se hallan aquí y en otras poblaciones... Cuéntase que al contraer
matrimonio con la condesa de Valenciana, esta casa fastuosa la ocupó el primer
conde don Diego de Real, que se había establecido primero con modestos negocios
de comercio, pero, hombre de mucha audacia, logró relacionarse con personas acaudaladas
de la aristocracia criolla, casándose al fin con doña María Ignacia. Luego, don
Diego también logró notoriedad al combatir a las órdenes del general Félix
María Calleja; su uniforme y esa bien
ganada fama de temerario la aprovechó muy bien en otro terreno distinto: el de
las aventuras amorosas, que más de una vez dejaron mal parada su reputación de
caballero, provocando en su cónyuge graves consecuencias, que poco a poco la
llevaron a perderse. El caso es que la condesa, avergonzada de la conducta de
su esposo, optó por encerrarse en la casona a fin de evitar las miradas
curiosas; y nunca más la mujer volvió a cruzar la puerta principal de su casa,
saliendo sólo a hurtadillas por una puerta falsa que da a la parte posterior de
la finca, o sea, al callejón al que la posteridad dio con afecto su nombre,
nominándolo desde esa época Callejón de la Condesa.”
La más famosa de las arterias de Guanajuato
es el Callejón del Beso; su historia nos la dice el vecino Andrés Juárez:
"Esta es una leyenda de lo más sorprendente por su sabor a amor y muerte.
Se cuenta que Doña Carmen era hija única de un padre intransigente. Un día, en
un templo cercano al hogar de la doncella, reconoció el amor en la persona de
don Luis, que se le presentó primero ofreciendo de su mano a la de ella el agua
bendita. Ella se dejó cortejar, pero fue descubierta y encerrada en su casa,
con la amenaza de encerrarla en un convento y, lo peor de todo, casarla en
España con un rico y viejo noble que la pretendía, esperando así su padre apoyar
su menguada fortuna. La bella y sumisa criatura tenía una dama de compañía:
Doña Brígida, y juntas lloraron e imploraron, pero inflexiblemente debería
seguir encerrada, y decidieron que la joven escribiría una misiva que la mujer
llevó a don Luis. Este se hizo mil y una
conjeturas, y luego de analizar una y otra, decidió que adquiriría la casa del
frente de la mansión de su amada, y lo hizo: compró la casa contigua a precio
altísimo, pero ésta daba a un estrecho callejón, tan estrecho que era posible asomarse
a la ventana y tocar la pared de ella. Así fue como los amantes se encontraban
de balcón a balcón. Se dice que solo unos instantes habían transcurrido del
último fatal encuentro, cuando del fondo de la habitación se escuchó cómo el
padre de la joven castigaba a Doña Brígida, quien intentó impedir que el hombre
descubriera a los amantes; el padre
furioso, con una daga se abalanzó sobre su hija y, de un solo golpe la clavó en
el corazón enamorado; don Luis enmudeció de espanto... los labios de doña Carmen
permanecían aferrados a los suyos y así quedaron mucho tiempo, hasta que
vinieron por el cuerpo inerte. Es por
esto que a esta pasada entre las dos casas se llama Callejón del Beso.”
En Guanajuato las tradiciones locales forman
parte del carácter esencial que allí se respira, y corren las historias
-inventadas o no- de boca en boca. Nadie se puede preciar de haber visitado la
ciudad si no pasó al menos toda una noche de conversa con los vecinos, que las
leyendas aquí forman parte del mundo íntimo de sus gentes, y, aun cuando
parecen increíbles, narran sucesos que en verdad ocurrieron, o al menos así es
como uno lo escucha. Es la razón de que, por ejemplo, las “casas encantadas”
abundan, y la tradición local narra que por la mayoría de las habitaciones,
corredores y jardines de la mayoría de sus construcciones aún vagan fantasmas
de los primeros moradores, quienes de esta forma vigilan tesoros ocultos o
preservan historias de amor y muerte.
Por eso puede repetirse que Guanajuato es un bien raro tesoro de arte
virreinal, guardado en un estuche de montañas.
En su arquitectura civil domina el
barroquismo del siglo XVIII, que supo sacar gran partido de las piedras de
colores que abundan en la región. Excelentes por su solidez y estética, se
conservan una apreciable cantidad de construcciones levantadas para servir de
habitación a los que recibieron beneficio de las minas de oro y plata. Casonas de ancho zaguán que recuerdan idos
esplendores: entre las más antiguas vemos la que fue residencia del marqués de
Rayas; tiene finos trabajos de madera
labrada alrededor del patio y una bella cortada de piedra tallada en el piso
alto (data del siglo XVII). Otras casas interesantes de visitar son la del
marqués de San Clemente, la del conde de Pérez Gálvez y, especialmente el
verdadero palacio que construyó el arquitecto neoclásico mexicano Francisco
Eduardo de Tresguerras: la hizo para don Diego de Rul, regidor de la ciudad
entonces y coronel de las milicias provinciales, dueño de La Valenciana,
vizconde De las Tetillas y conde de la Casa Rul; fue anfitrión del barón de Humboldt, quien
luego escribiría de la casa en que se hospedó en Guanajuato que “podría servir
de adorno en las mejores calles de París y de Nápoles, su fachada tiene
columnas jónicas y su arquitectura es sencilla y distinguida por la gran pureza
de su estilo”. Hoy los vecinos cuentan que los espíritus -incluido el del mismo
Humboldt- junto con la llegada de las sombras, emergen del silencio y espantan
a cuanto intruso ose rescatar el gran tesoro que en algún sitio de la casa está
sepultado, y que se hace visible solo de noche...
Católico por excelencia, el pueblo de
Guanajuato ha levantado a través de su historia magníficos templos: verdaderas
joyas destinadas además a preservar la memoria histórica de la ciudad. En 1555
se bendice la primera capilla, junto al
Hospital para la población
indígena. La capilla pionera sirvió luego como oratorio del colegio de la
Compañía: la Orden Jesuita se estableció en México junto con los protagonistas
de la Conquista. De acuerdo a los cronistas, en 1585 ya estaba en pie la
primera iglesia parroquial llamada “de los Hospitales”. Hoy, restaurada, está
perfectamente conservada: en el recinto espiritual converso con el sacerdote
Juan de Dios:
-La historia de la Iglesia en Guanajuato
es la
historia de la Iglesia en América, dice el religioso, porque un pueblo
eminentemente cristiano como el nuestro, desde siempre rindió culto a Dios.
-¿Usted es de la región?
-Yo
nací en Guanajuato, y a excepción de
seis años que estuve estudiando entre la ciudad de México y Roma siempre
he vivido aquí.
-¿Qué resaltaría usted de su ciudad?
-Las
posibilidades minerales de
nuestro suelo, cuya explotación para beneficio del pueblo, están prácticamente
detenidas. También, como se espera, debo mencionar la riqueza de
manifestaciones de arquitectura eclesiástica. ¿Ya visitó la Plaza de la Paz?
Debe ver la iglesia parroquial construida entre 1671 y 1695: además de su valor
arquitectónico, es notable por la imagen que tiene en custodia su Altar Mayor,
la de la Virgen de Santa Fe de Guanajuato, que es muy antigua, de bulto,
tallada en madera sin clasificar de 1,26 metros; por su estilo debe haber sido
hecha con anterioridad a la invasión Árabe de España, posiblemente en el siglo
VII y VIII. Esta imagen la trajeron al Real de minas de Santa Fe en 1557, y fue
enviada desde una ciudad “hermana”:
Santa Fe de Granada, en Andalucía, como un presente que nos hiciera Felipe II.
¿Visitó la Plaza de San Roque? Allá está la iglesia de San Roque, construida en
1726... es una de las más encantadoras del país, de puro corte medieval que da
el título a Guanajuato de Ciudad Cervantina de México. Otro templo que debe
visitar es el Santuario de la Virgen de Guadalupe, que data de 1733: está
rodeada de un barrio típico y construido en un alto sano que domina una parte
de la ciudad.
-¿Qué época guanajuatense es indispensable
mencionar?
-La segunda mitad del siglo XVIII,
considerada la “edad de oro” local: es cuando la minería de la ciudad es
considerada como la más rica de su tiempo, lo que se reflejó en Guanajuato y
sus alrededores; en las “bocas” de las generosas minas se levantaron iglesias
que, como hoy se ve, son de gran magnificencia y prueba de agradecimiento del
pueblo a la manifiesta bondad de la Divina Providencia.
El religioso
Juan de Dios es reacio a
confesarlo, pero me dice que la iglesia de La
Compañía es su favorita, y que “no se debe dejar de visitar”. En
“Noticias de Guanajuato” de Gráfica Cervantina, se lee:
“...en 1746 habría de colocarse la primera
piedra de lo que sería, una vez terminada en 1765, la obra que llenaría de gran
orgullo a los vecinos de Guanajuato, y en especial a don José Manuel Sardaneta,
primer marqués de Rayas, quien costeó casi toda la construcción de la
monumental iglesia de La Compañía, de aire notabilísimo, con profusión de
ornamentos hábilmente distribuidos en las fachadas. En la principal, de amplio
paramento, se ven tres portadas, elaboradas con finísimo detalle en que
resaltan los estípites y una curiosa cornisa, tres balcones volados, un
medallón en relieve con la Santísima Trinidad y hornacinas que resguardan los
santos de La Compañía de Jesús. También engalana el exterior de la iglesia una
portada con gran fuerza en toda su inspiración barroca. El excepcional
campanario, filigrana de columnas que remata en formas onduladas de gran
originalidad, contrasta con la lisa y severa espadaña de la fachada opuesta,
frente a la torre”.
El interior de esta iglesia de la Compañía de
Guanajuato es de tres amplias naves, muy bello y sacro. Preserva innumerables
obras de arte; en la sacristía se aprecian unos lienzos del magnífico Cabrera,
con escenas de la vida de San Ignacio de Loyola. Se aprecia en el interior el alto cimborrio,
que sustituye al que originalmente existía, desplomado en 1803; las líneas
clásicas de este cimborrio -que data de 1883- visto desde la distancia en el
exterior, desentona con el paisaje inconfundible que dan a los techos de la
ciudad las cúpulas y los campanarios barrocos. En una roca tallada del templo
está escrito que su traza la realizó Fray José de la Cruz, y dirigió los
trabajos el arquitecto constructor de retablos Felipe de Ureña. Hoy, la piedra
pulida se mantiene en todo su esplendor, y aun cuando han desaparecido de la
iglesia los altares churriguerescos, entre los vecinos despierta el mismo
entusiasmo que en su inauguración; en un folleto, publicado al dedicarse el
templo en 1767, con el título de “Rasgo Breve de la Grandeza Guanajuateña” se
lee que “La Compañía es templo airoso, que sobre plata se cimienta” y
“celebérrima Basílica, que cede ni a los soberbios Mausoleos de Semiramis, ni
Artemisa, ni al famoso templo de Diana, ni a los que la Fama registra en sus
anales”, y se agrega un verso final que dice:
“Y sea
esta ciudad, por su templo sin segundo,
celebrada
en todo el mundo.Por su liberalidad, ciudad dichosa,
en cuyo centro brilla como diamante,
a quien la plata engasta,
este templo que es prodigio,
maravilla, a cuyo elogio el mundo no le basta”.
Con similar inspiración, en 1785 se
estableció junto a La Compañía el Seminario o Real Colegio de la Purísima
Concepción, que al sobrevivir la expulsión de los jesuitas de América, en 1806,
pasó a manos del Ayuntamiento, para convertirse más tarde en la actual
Universidad de Guanajuato. En general
las construcciones eclesiásticas de la ciudad tienen sentido de monumentalidad
y disposición de elementos ornamentales grandilocuentes en sus fachadas. Otro
templo, el de San Francisco, que data de 1792, es de piedra rosada
magníficamente labrada con motivos ondulantes que recuerdan seres del mundo
vegetal. Todos están de acuerdo en Guanajuato en que la portada más bella que
legó ese mundo pasado, son las puertas que protegen la entrada al templo de San
Diego, en el jardín de La Unión; la
iglesia formaba parte del antiguo convento de San Diego, que fue arruinado por
la pavorosa inundación que sufrió la ciudad en junio de 1760. Hoy, reconstruido
solo el templo, su fachada es la original fielmente restaurada, con líneas y
composiciones de gran refinamiento y equilibrio en los perfiles quebrados y
exuberantes, que hacen de la portada una de las más importantes piezas
conservadas del arte barroco mexicano.
Fray Juan de Dios dice que en Guanajuato se
encuentran algunos de los más bellos templos llamados “mineros”, por estar
construidos en las “bocas” de entrada de la Tierra, “como la iglesia de La
Valenciana, levantada en esa mina por don Antonio de Obregón y Alcocer, primer
conde de Valenciana; el templo está
dedicado a San Cayetano”. Y agrega Fray Juan que esta iglesia data del siglo
XVIII “y es digna del cielo por su belleza, por sus proporciones perfectas.
Como un trabajo de orfebre, en sus fachadas resalta toda la vida de la piedra. En el interior, en sus retablos de filigranas
la madera luce enmarcada en oro espléndidamente”.
San Cayetano de La Valenciana es un templo
suntuoso por excelencia, muy ornamentado y de costo incalculable hoy día; en
principio el dibujo pétreo de la portada mayor es de los más delicados que se
conservan en México. Integra el fastuoso conjunto una rizada cornisa multi línea
y estípites, inmensas hornacinas y balcones en las torres (solo una tiene
campanario); en la puerta lateral se ven
imágenes de santos y figurillas de animalitos entre flores, plantas y follaje
indescifrable. El interior suma gran exuberancia: pilastras, arcos y bóvedas se
muestran ricamente decorados, aunque toda esa
mampostería tallada, única,
siendo excepcional, es poca cosa frente a los tres altares churriguerescos
de su única nave; los retablos conforman formas difíciles de contar,
perfectamente conservadas y todas elevándose a lo alto. El Mayor, como se
espera, está ofrendado a San Cayetano; el lateral izquierdo a la Virgen de
Guadalupe; el lateral derecho a la Asunción de María. Todos magníficos en sus
oros que refulgen; se ven multitudes de ángeles, ninfas, santos y pastorcillos,
todos cuidadosamente estofados con vida propia, vida extrañamente inspirada la
del artesano que, en siglos, rescató estas escenas; en verdad forman unos de
los más bellos conjuntos que se pueden apreciar del arte eclesiástico en la
arquitectura americana. Las capillas interiores que no se deben dejar de ver,
conservan delicadas esculturas, incluso una delicada figura en bulto de la Purísima,
de franco origen asiático. También orientales se ven diversas formas como su
maravilloso púlpito bañado en carey y marfil; la pila bautismal es de alabastro
y, como presente de Oriente, es otra joya importada a América durante la época
virreinal. San Cayetano de La Valenciana es una de las construcciones que
instaron a la UNESCO a nombrar a Guanajuato Patrimonio Cultural de la
Humanidad; es que no es posible apreciar en otro sitio obra igual.
En la ciudad existieron otras iglesias
levantadas en “boca” de mina, de las que hoy es posible solo apreciar sus
ruinas, como la de Cata cuya portada corresponde a la mejor época barroca, el
citado churrigueresco de buena ley; con
gran influencia indígena, las figuras talladas presentan una gran vivacidad, causando
efecto inusitado. En lo que queda de la iglesia de Cata se venera una muy
antigua imagen: la del señor de Villaseca, traída a Guanajuato en 1618, y que,
según la tradición popular es “sumamente milagroso”, lo que se aprecia en la
infinidad de placas en que están escritos otros tantos testimonios de los
fieles servidos. Otro templo minero; el de Rayas, también cayó en ruinas
quedando de testimonio solo su portada, muy bella, con estípites angostos y un
exótico arco mixtilíneo; adorna actualmente la fachada de la iglesia del Pardo.
Otra portada, magnífica, y que se encontró en lo que fue la iglesia de Marfil
de la mina del mismo nombre, se conserva en el patio de la Universidad de
Guanajuato, al final de una espectacular escalera de imponente presencia: testigo mudo del tiempo perdido.
El visitante que llega a la ciudad siempre
penetra sigiloso por sus callejones, tenso de sorpresa por lo que va
descubriendo en la construcción civil que lo recibe. Zaguanes de viejas casonas
y palacios olvidados, calles de adoquín antiguo y piedra van envolviendo todo
el pueblo como dijimos: en un laberinto inacabable. Solo rozar la historia de
uno de sus edificios -la mítica Alhóndiga de Granaditas- nos llevaría un libro
entero, porque se debe saber que Guanajuato en sí, como ciudad levantada por
mano de hombre entre aguaceros y soles intranquilos, es una obra de arte.
En Guanajuato, además de sus iglesias,
conventos y enormes casas, se pueden apreciar obras de carácter municipal de
enorme interés, entre las que hay que señalar la gran Presa de la Olla,
construida en 1749, y alrededor de la cual hoy se pueden ver bellas mansiones
en medio de soberbios jardines multicolores. Es necesario mencionar su
cementerio civil, construido a comienzos del siglo XIX, para remplazar al de
San Sebastián, que data de 1782 y hoy yace semi
abandonado. El Civil goza de gran fama entre los camposantos de México
por sus tumbas de próceres y por un hecho extraordinario que allí sucede: la
composición del suelo (arsénico básicamente) conserva los cadáveres
momificados; las autoridades al percatarse del hecho, decidieron construir una
enorme cripta a un costado del cementerio mismo para mostrar el hecho al
público, lo que hace de este un verdadero museo de la muerte visitado por quien
va a la ciudad. En el personal cuando
fui a ver las célebres momias de Guanajuato salí impresionado por las horribles
facciones desesperadas que tienen marcadas en los restos de rostro, algunos en
perfecto estado, y me parece dudoso que cualquiera que vea el espectáculo no se
impacte: es una experiencia única ver estos restos de la muerte.

-"Luego de la enorme hambre que sufrió
el país a fines del siglo XVIII -dice ella-, les pareció
oportuno a las autoridades locales construir un depósito de maíz lo
suficientemente grande como para evitar que Guanajuato sufriera otra calamidad
igual. En esa época el virreinato de la Nueva España se dividía en doce
provincias llamadas intendencias, y la de Guanajuato, desde 1792, era gobernada
por don Antonio de Riaño, quien posiblemente fue quien dirigió el plan de crear
un lugar donde se pudieran conservar abundantes provisiones de maíz. Los planos
de la Alhóndiga, obra del arquitecto Alejandro Durán y Villaseñor, fueron
revisados y modificados por los profesores de la Academia de San Carlos de la
Ciudad de México, que, siendo una escuela de Bellas Artes (como sigue siendo en
la actualidad) había impuesto el estilo afrancesado neoclásico, y así se hizo
este edificio, a la moda de entonces, aunque se construyó con tal lujo que de humilde
troje pasó a ser un verdadero palacio para guardar maíz”.
La arquitectura civil de México es la más
espléndida de América, y se dice que la Alhóndiga de Guanajuato es uno de los
edificios públicos más bellos del país. Sus puertas se abren al Oriente y al
Norte, ambas con columnas y entablamentos toscanos; el gran patio interior se
eleva en un pórtico de dos pisos: el bajo de orden toscano y dórico el alto, es
en verdad una especial realización, bella, aunque no es la importancia
artística del edificio lo que ha cimentado su fama, sino la debe a los
importantes acontecimientos en que fue protagonista dentro de la historia de
México. He conversado con el profesor Mateo Salinas, nacido en Guanajuato y uno
de los cronistas, quien habla “con fechas porque la gente suele olvidarlas”.


En el exterior, los Insurgentes trataban de
derribar la puerta Norte, pero este resistía firme, hasta que ocurrió la
intervención del minero Juan Martínez, apodado “Pípila” (nombre del guajolote o
pavo hembra). El “Pípila” fue protagonista de uno de los actos heroicos que se
escribió en Guanajuato para las luchas de Independencia que entonces inflamaban
toda América. El historiador Carlos M. Bustamante, en su "Cuadro
Histórico", narra así el episodio:

La empresa era arriesgada, porque era
necesario poner el cuerpo al descubierto ante una lluvia segura de balas. Y
“Pípila”, este lépero comparable con el carbonero que atacó la Bastilla en
París, tomó al instante una loza ancha de cuartón, púsola sobre su cabeza
afianzándosela con la mano izquierda para que le cubriese el cuerpo, tomó por
la derecha un ocote encendido, y a gatas marchó hacia la puerta de la
Alhóndiga... en breve las llamas redujeron a escombros la entrada, y todas las
ilusiones de salvarse que pudieran tener los encerrados de Granaditas.


En un testimonio de la época, en el Archivo
del ayuntamiento, leo que “y los soldados no supieron qué hacer al ver al cura,
y los que estaban a su lado no fueron tocados, pero siguieron perdiéndose en
los callejones los asesinos.” Si “por un efecto de humanidad -decía en un bando
el general Calleja- mandé esta mañana a mis tropas que suspendieran el xusto
castigo que había decretado de llevar a esta ciudad a fuego y sangre y
sepultarla bajo sus ruinas”, “ y haré xusticia", y narra otro testigo que “al otro día ordenó
llevar a la Alhóndiga a muchos vecinos de Guanajuato y, por orden del conde de
la Cadena, se fusiló a treinta de ellos; luego, en los diversos puntos de la
ciudad se levantaron horcas, en las que siguieron muriendo vecinos durante los
siguientes días, calculándose un número de trescientos...”
Guanajuato fue sumergida en el miedo. Unos
meses después, julio de 1811, fueron cortados los hilos de la vida de las
primeras voces del Grito de Dolores: Hidalgo, Allende, Aldama y Jiménez. Los
cuerpos de los héroes fueron sepultados en la iglesia de San Francisco de
Chihuahua y sus cabezas se enviaron a Guanajuato “para servir de xusto
escarmiento.” Llegó la macabra carga el 14 de octubre, y fueron clavadas en las
cuatro esquinas de la Alhóndiga: las cabezas permanecieron ubicadas allí hasta
el 28 de marzo de 1821, cuando por orden del jefe revolucionario Anastasio
Bustamante, “las calaveras recibieron al fin cristiana sepultura”. Hoy, en cada
esquina de la Alhóndiga se puede ver una placa con el nombre de los héroes.
Por
éstos, y otros hechos similares que los cronistas de Guanajuato citan, es que
digo que la ciudad está en verdad asentada en la fortaleza esgrimida por sus
vecinos, anónimos vencedores de otros días teñidos de oscuridad. Hoy, quien va
a Guanajuato ve cómo la luz cubrió hasta sus calles subterráneas, que, de
noche, se ven doradas.© Waldemar Verdugo Fuentes.
ARCHIVO: Artes e Historia-México.
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