Thursday, October 06, 2005

GUANAJUATO, MÉXICO.

GUANAJUATO, PATRIMONIO CULTURAL DE LA HUMANIDAD.
Por Waldemar Verdugo Fuentes
Fragmentos Publicados en Papel Vegetal.

Arrebujada en sus raíces, Guanajuato ha conservado intacto su ancestral señorío. El renombre establecido de esta ciudad que es reliquia de América, nombrada por la UNESCO “Patrimonio Cultural de la Humanidad”, se debe a su espíritu propio, que emana de un cierto dramático destino. La riqueza y la leyenda pasaron por la ciudad y sus huellas se ven fácilmente por todos los rumbos. El merecido prestigio que posee Guanajuato en la historia de México, y su indiscutido derecho a ser reliquia entre las poblaciones que nos legó el pasado americano, fueron ganados en el sacrificio que hicieron sus habitantes en tiempos de angustia de guerra y terribles días de muerte y destrucción.

   Ubicada a menos de seis horas por carretera desde la Ciudad de México, Guanajuato se encuentra en un valle estrecho y profundo, donde pasa un río cuyo canto rebota en los enormes cerros que custodian al poblado como en una cajita de música. Impresiona el intenso dominio de la geología sobre el paisaje, cuyas formas y perfiles gigantescos son de escabrosa serranía y barrancos caóticos: llegar al lugar es remontarse al tiempo de alguna arcaica hecatombe telúrica.  Aquí se mezclan y confunden los rasgos siderales de las cumbres, un silencio absoluto a ratos y el perfume que emana de la tierra parda de la que brotan los singulares caminos subterráneos que cruzan la ciudad.

   La fonética profunda de su nombre -Guanajuato- revela su origen indígena, que escapa de la voz Quanaxuato que significa “lugar montuoso de ranas” en lengua de los míticos Tarascos, quienes llegaron a la región en el siglo XVI. En las primeras Crónicas de la conquista también se denomina a la ciudad como Quanaxuato, que derivó en la actual Guanajuato, de la cual se sabe muy poco de sus primeros tiempos como población indígena situada en tierra de indios Chichimecas; invadidos luego por Tarascos y Mexicas el asentamiento primitivo de la ciudad según las crónicas estuvo ubicado junto al agua que todavía corre por la cañada de Paxtitlán; hoy, en el límite urbano hacia el Este hay un paisaje de jardín romántico en que viven los únicos seres que vieron pasar la historia verdadera:  miles de ranas que llenan con su canto el aire.

   Los conquistadores, al mando de Nuño de Guzmán, llegaron a esta región en 1529, ocho años después de la toma de la Gran Tenochtitlán. Don Pablo del Río, uno de los cronistas y antiguo vecino del lugar, es quien nos cuenta la historia de Guanajuato: “Célebre como una de las más ricas e importantes en el renombrado Virreinato de la Nueva España”.

   "-Aquí -narra don Pablo-  todo lo que  había  no  pasaba de ser una pobre aldea indígena, y después de la ocupación del país por los españoles fue abandonada por sus primitivos moradores. En 1546, de acuerdo con una donación hecha a su favor por el Virrey, tomó posesión del lugar y estableció su residencia Rodrigo Vásquez, soldado de la conquista. Según sabemos, ésta es la primera referencia fidedigna que existe, o sea, al contrario de otras ciudades mexicanas, el origen de Guanajuato es exclusivamente español, y se encuentra en lo que fue la estancia de este soldado que venía con los conquistadores.

   -¿Por qué se ubica a Guanajuato como una de las ciudades coloniales más florecientes de América?

   -En su  época  lo fue, debido  a que  se descubrieron en la región los cerros argentíferos más ricos del mundo. Y eso fue muy poco tiempo después de la llegada de Rodrigo Vásquez; ocurrió en 1548, cuando unos arrieros se dirigían a Zacatecas encontraron, de modo casual, en los terrenos basálticos del cerro del Cubilete, la primera veta de oro y plata abundante, a la que nombraron “San Bernabé”. Casi enseguida, en 1550, Juan de Rayas descubrió otro yacimiento, que en 1558 llevó al hallazgo de la veta madre, en Mellado y en San Juan de Rayas, y se convirtió a Guanajuato en poseedora de una fabulosa riqueza.

   -¿Cómo fue organizándose la explotación mineral?

   -De acuerdo a las fechas de las crónicas, desde 1554 ya se habían establecido  por aquí cuatro campamentos o “Reales” para cuidar de las recién encontradas minas. Entre estos Reales, el de mayor importancia fue el de Santa Fe, situado en la falda del Cerro del Cuarto, en terrenos que hoy ocupa la Alhóndiga de Granaditas, en parte, y que puede considerarse el núcleo que dio nacimiento a la ciudad. Durante mucho tiempo el nombre de ese Real sirvió para denominar la población... vea usted... este documento fue escrito en el siglo XVII y reconoce a nuestra ciudad, “Villa de Santa Fe, en el Real y Minas de Xuanashuato”... con derecho a usar blasón en su escudo...

   -¿A qué se debe que la ciudad no tenga Actas de Fundación?

   -Sí las tuvo -afirma don Pablo-,  y se perdieron al extraviarse los archivos que las contenían, fue en 1810, durante las luchas de Independencia. Sin embargo, por otros documentos que existen en el Ayuntamiento sabemos que, para establecer oficialmente la población, fue comisionado por el Virrey, a mediados del siglo XVI, el licenciado Antonio de Lara y Mogrovejo, Oidor de la Real Audiencia de México, quien otorgó con autoridad y facultades suficientes los títulos primitivos" -termina.

   En el  archivo  del  Ayuntamiento,  abierto  al  público,  veo donde  se cita que el título de Ciudad le fue conferido a Guanajuato por el rey Felipe V en 1741, en consideración decía el rey “a su situación y temperamento tan propicio y saludable”, “a sus buenos y copiosos frutos, y mantenimiento, benigno clima, pureza de aguas y aires”, más “las minas de plata y oro, que hacen de ese Real de Minas de los más útiles de la Nueva España, singular y estimable entre todos los descubiertos y digno de los más distinguidos honores, por su copiosa contribución, y por el lustre de sus principales vecinos y por exceder de cuarenta mil almas de comunión”.

   Los primeros habitantes de Guanajuato, estimulados por la riqueza de la tierra que pisaban, dieron pruebas de voluntad y decisión. Pese a los deficientes medios técnicos de que disponían, logran sacar de las profundidades de la Tierra metales que les rendirían prodigiosamente. Pensemos que hasta las primeras décadas de 1900 lo único posible para perforar el suelo, hacer pozos verticales y abrir galerías subterráneas era el empleo de cargas de pólvora, de mazos y de barrenos; así, no es exagerado denominar de titánica la labor de quienes abrieron, por ejemplo, la mina de La Valenciana:  pozo vertical acerca del que el barón de Humboldt (quien estuvo en Guanajuato en 1803) escribió que “su rotura hecha en la roca viva es una de las empresas mayores más atrevidas que conoce la historia del laboreo de minas” (en "Ensayo Político de la Nueva España").

   La Valenciana, alguna vez, fue la mina que más produjo metales ricos en todo el planeta;  su extensión es de unos 16.000 metros y pasa hacia el norte de la ciudad; en ciertas partes atraviesa la pizarra arcillosa, que es la roca más antigua de Guanajuato, en otras, el pórfido que descansa sobre ella. Hay puntos en que los metales aparecen unidos; así se encuentra oro y plata en estado puro, como plata  sulfúrea, plata negra prismática y la roja oscura; plomo platero, piritas de cobre y de fierro, plomo carbonatado, cobre gris y cuarzo común, amatista y espato calizo... antes, por el atraso de la técnica minera el procedimiento empleado solo hacía rentable el beneficio de metales que tuvieran alta ley: si ésta bajaba, era mejor negocio dejar la veta y buscar otra nueva; así se cerraron en Guanajuato muchas minas que habían inundado al mundo de oro y plata durante varios siglos.

   Así es como hoy el visitante de la ciudad puede ver abandonadas minas que gozaron de gran prestigio, como la de Marfil, como la de Mellado, que parecen ciudades fantasmas. Sus ruinas, que evocan bienestar extraordinario, solo son guaridas de sombras, pura piedra adolorida y mal tratada por el tiempo. Sin embargo, como un eco magnífico aún en La Valenciana queda entera la iglesia de San Cayetano, que es una de las más bellas construcciones de la arquitectura eclesiástica mexicana. Y muy cerca de ella, aunque en peor estado, se ven las paredes ennegrecidas de la casona del Conde De Rul, que, al igual que las paredes de la iglesia, cuentan los vecinos que "se levantaron con mezcla de polvo de plata y vino de España". La que fuera la próspera mina de Marfil hoy espanta con su belleza espectral, donde lo que no se deshizo quedó roto. En el sitio solo se ve una melancólica desolación y la aún en servicio “Presa de los Santos”, que lleva centurias en medio del paisaje inmóvil.

   En la cumbre de un cerro está la que fue la mina de Mellado:  menoscabada y en completo abandono; el lugar se extiende en su soledad alrededor de lo que fue un Convento, en cuyo pequeño claustro (o lo que se salvó de él) se respira un aire de piedad arcaica, que es solemne en la tosca iglesia, fuerte, a cuyo alrededor se agrupa el humilde caserío aún habitado por algunas familias, que ayudan a la visión apocalíptica del asolamiento de estos refugios del misterio que rodean la ciudad.

   Y si necesitaron férrea voluntad y toda la energía humana para adentrarse en la tierra metalífera, bastó la armonía natural del sitio para que se acomodara la población. Guanajuato está recatadamente escondida en su valle, largo y profundo encajado entre la topografía adusta, en que resaltan los cerros de La Sirena y de La Bufa, coronados de rocas que ocultan a la ciudad y que imposibilitan la construcción de un aeropuerto, por lo que solo se puede acceder por carretera, sin que nadie sospeche lo que va a encontrar al final del camino.

   Ninguna señal anuncia la ciudad, simplemente uno se encuentra a la vuelta de un recodo dentro de Guanajuato, avanzando por una de sus calles de mayor movimiento, una de las tres principales, y que por ser horizontales permiten la circulación de vehículos que atraviesan el pueblo de un extremo al otro. Se descubre enseguida que las calles están muy alejadas del trazo que se dio a las ciudades españolas en América, sin dejar por eso de ser una de las ciudades más hispánicas de nuestro continente; pero es que no hay geometría ni coherencia entre una calle y otra, hay más bien un cierto caos donde cada esquina es una sorpresa: entre construcciones y solares de piedra antigua se ven surgir rincones y recovecos más sus famosos callejones laberínticos que guardan leyendas que rescatan la mitología de los vecinos.  Solidarios la mayor parte del día, los estrechos callejones, algunos parecen olvidados en su abandono, parecen flotar entre los muros; de señorío criollo, tan bien enraizados en Guanajuato, estos estrechos pasadizos definen y exaltan el carácter urbano singular de esta ciudad, son historia y tradición enlazadas cruzando en todas direcciones, internándose en los barrios, trepando a los cerros y volviendo a bajar, siguiendo retorcidos trazados de acuerdo a las desigualdades del terreno, que a uno lo hacen sentir dentro de un laberinto.

   Así modelado el trazo urbano, el ambiente es espectacular para el visitante, que en cada callejón -y en sus curiosos nombres- parece recibir la confidencia de una inquietud que sobrevive al remoto tiempo de su esplendoroso pasado. Leemos Callejón de la Sangre de Cristo, Callejón de la Bola, del Campanero, del Infierno, del Salto del Mono, de los Pajaritos, de los Perros Muertos, del Caracol, de Gallitos, de los Changos, del Venado, del Tecolote, de la Mula, de las Ánimas, de la Casualidad, del Resbalón, del Maromero, de la Luna, de los Cuatro Vientos, del Terremoto, del Rayo, de Cantaritos, del Vapor, de los Zapateros, de los Imposibles, de Pocitos, de Matavacas, de la Cabecita, de la Cuesta China, de los Cinco Señores, del Espinazo, del Chilito, de la Tenaza, del Ramillete, de la Cerbatana... cada uno con su propia historia.

   El Callejón del Truco recuerda que alguna vez vivió allí un caballero con fama de apostador. Una noche de lluvia apostó casa y mujer a una sola carta; al verse perdido optó por el suicidio y la calle tomó su historia. La historia del Callejón de la Condesa, es la historia de una mujer noble avergonzada. Nos informa la historia el vecino Pablo del Río, uno de los cronistas de Guanajuato: “El relato a que me referiré es la historia de la noble y linajuda condesa de Valenciana, doña María Ignacia de Obregón de la Barrera, hija de uno de los personajes que más lustre dio a esta tierra: don Antonio de Obregón y Alcocer, quien alcanzó de la gracia real los títulos de vizconde de la Mina y Conde de la Valenciana.  Este era un hombre justo;  él fue el primero en dar a los mineros  participación de las utilidades, acto considerado como uno de los aciertos del orden económico de nuestro tiempo.  Es tradicional en esta ciudad de Guanajuato que este noble caballero hizo construir para su familia una de las fincas que se halla al lado del viejo Palacio de Gobierno. La casa, digna de su gloria por todos conceptos, fue edificada por el célebre arquitecto, pintor y grabador celayense don Eduardo Tresguerras, de cuyo prestigio quedan notables monumentos del arte neoclásico que se hallan aquí y en otras poblaciones... Cuéntase que al contraer matrimonio con la condesa de Valenciana, esta casa fastuosa la ocupó el primer conde don Diego de Real, que se había establecido primero con modestos negocios de comercio, pero, hombre de mucha audacia, logró relacionarse con personas acaudaladas de la aristocracia criolla, casándose al fin con doña María Ignacia. Luego, don Diego también logró notoriedad al combatir a las órdenes del general Félix María Calleja;  su uniforme y esa bien ganada fama de temerario la aprovechó muy bien en otro terreno distinto: el de las aventuras amorosas, que más de una vez dejaron mal parada su reputación de caballero, provocando en su cónyuge graves consecuencias, que poco a poco la llevaron a perderse. El caso es que la condesa, avergonzada de la conducta de su esposo, optó por encerrarse en la casona a fin de evitar las miradas curiosas; y nunca más la mujer volvió a cruzar la puerta principal de su casa, saliendo sólo a hurtadillas por una puerta falsa que da a la parte posterior de la finca, o sea, al callejón al que la posteridad dio con afecto su nombre, nominándolo desde esa época Callejón de la Condesa.”

   La más famosa de las arterias de Guanajuato es el Callejón del Beso; su historia nos la dice el vecino Andrés Juárez: "Esta es una leyenda de lo más sorprendente por su sabor a amor y muerte. Se cuenta que Doña Carmen era hija única de un padre intransigente. Un día, en un templo cercano al hogar de la doncella, reconoció el amor en la persona de don Luis, que se le presentó primero ofreciendo de su mano a la de ella el agua bendita. Ella se dejó cortejar, pero fue descubierta y encerrada en su casa, con la amenaza de encerrarla en un convento y, lo peor de todo, casarla en España con un rico y viejo noble que la pretendía, esperando así su padre apoyar su menguada fortuna. La bella y sumisa criatura tenía una dama de compañía: Doña Brígida, y juntas lloraron e imploraron, pero inflexiblemente debería seguir encerrada, y decidieron que la joven escribiría una misiva que la mujer llevó a don Luis.  Este se hizo mil y una conjeturas, y luego de analizar una y otra, decidió que adquiriría la casa del frente de la mansión de su amada, y lo hizo: compró la casa contigua a precio altísimo, pero ésta daba a un estrecho callejón, tan estrecho que era posible asomarse a la ventana y tocar la pared de ella. Así fue como los amantes se encontraban de balcón a balcón. Se dice que solo unos instantes habían transcurrido del último fatal encuentro, cuando del fondo de la habitación se escuchó cómo el padre de la joven castigaba a Doña Brígida, quien intentó impedir que el hombre descubriera a los amantes;  el padre furioso, con una daga se abalanzó sobre su hija y, de un solo golpe la clavó en el corazón enamorado; don Luis enmudeció de espanto... los labios de doña Carmen permanecían aferrados a los suyos y así quedaron mucho tiempo, hasta que vinieron por el cuerpo inerte.  Es por esto que a esta pasada entre las dos casas se llama Callejón del Beso.”

   En Guanajuato las tradiciones locales forman parte del carácter esencial que allí se respira, y corren las historias -inventadas o no- de boca en boca. Nadie se puede preciar de haber visitado la ciudad si no pasó al menos toda una noche de conversa con los vecinos, que las leyendas aquí forman parte del mundo íntimo de sus gentes, y, aun cuando parecen increíbles, narran sucesos que en verdad ocurrieron, o al menos así es como uno lo escucha. Es la razón de que, por ejemplo, las “casas encantadas” abundan, y la tradición local narra que por la mayoría de las habitaciones, corredores y jardines de la mayoría de sus construcciones aún vagan fantasmas de los primeros moradores, quienes de esta forma vigilan tesoros ocultos o preservan historias de amor y muerte.  Por eso puede repetirse que Guanajuato es un bien raro tesoro de arte virreinal, guardado en un estuche de montañas.

   En su arquitectura civil domina el barroquismo del siglo XVIII, que supo sacar gran partido de las piedras de colores que abundan en la región. Excelentes por su solidez y estética, se conservan una apreciable cantidad de construcciones levantadas para servir de habitación a los que recibieron beneficio de las minas de oro y plata.  Casonas de ancho zaguán que recuerdan idos esplendores: entre las más antiguas vemos la que fue residencia del marqués de Rayas;  tiene finos trabajos de madera labrada alrededor del patio y una bella cortada de piedra tallada en el piso alto (data del siglo XVII). Otras casas interesantes de visitar son la del marqués de San Clemente, la del conde de Pérez Gálvez y, especialmente el verdadero palacio que construyó el arquitecto neoclásico mexicano Francisco Eduardo de Tresguerras: la hizo para don Diego de Rul, regidor de la ciudad entonces y coronel de las milicias provinciales, dueño de La Valenciana, vizconde De las Tetillas y conde de la Casa Rul;  fue anfitrión del barón de Humboldt, quien luego escribiría de la casa en que se hospedó en Guanajuato que “podría servir de adorno en las mejores calles de París y de Nápoles, su fachada tiene columnas jónicas y su arquitectura es sencilla y distinguida por la gran pureza de su estilo”. Hoy los vecinos cuentan que los espíritus -incluido el del mismo Humboldt- junto con la llegada de las sombras, emergen del silencio y espantan a cuanto intruso ose rescatar el gran tesoro que en algún sitio de la casa está sepultado, y que se hace visible solo de noche...

   Católico por excelencia, el pueblo de Guanajuato ha levantado a través de su historia magníficos templos: verdaderas joyas destinadas además a preservar la memoria histórica de la ciudad. En 1555 se bendice la primera capilla, junto al  Hospital para la  población indígena. La capilla pionera sirvió luego como oratorio del colegio de la Compañía: la Orden Jesuita se estableció en México junto con los protagonistas de la Conquista. De acuerdo a los cronistas, en 1585 ya estaba en pie la primera iglesia parroquial llamada “de los Hospitales”. Hoy, restaurada, está perfectamente conservada: en el recinto espiritual converso con el sacerdote Juan de Dios:

   -La historia de la Iglesia en Guanajuato es  la  historia de la Iglesia en América, dice el religioso, porque un pueblo eminentemente cristiano como el nuestro, desde siempre rindió culto a Dios.

   -¿Usted es de la región?

   -Yo  nací en  Guanajuato, y a  excepción de  seis años que estuve estudiando entre la ciudad de México y Roma siempre he vivido aquí.

   -¿Qué resaltaría usted de su ciudad?

   -Las  posibilidades  minerales de nuestro suelo, cuya explotación para beneficio del pueblo, están prácticamente detenidas. También, como se espera, debo mencionar la riqueza de manifestaciones de arquitectura eclesiástica. ¿Ya visitó la Plaza de la Paz? Debe ver la iglesia parroquial construida entre 1671 y 1695: además de su valor arquitectónico, es notable por la imagen que tiene en custodia su Altar Mayor, la de la Virgen de Santa Fe de Guanajuato, que es muy antigua, de bulto, tallada en madera sin clasificar de 1,26 metros; por su estilo debe haber sido hecha con anterioridad a la invasión Árabe de España, posiblemente en el siglo VII y VIII. Esta imagen la trajeron al Real de minas de Santa Fe en 1557, y fue enviada  desde una ciudad “hermana”: Santa Fe de Granada, en Andalucía, como un presente que nos hiciera Felipe II. ¿Visitó la Plaza de San Roque? Allá está la iglesia de San Roque, construida en 1726... es una de las más encantadoras del país, de puro corte medieval que da el título a Guanajuato de Ciudad Cervantina de México. Otro templo que debe visitar es el Santuario de la Virgen de Guadalupe, que data de 1733: está rodeada de un barrio típico y construido en un alto sano que domina una parte de la ciudad.

   -¿Qué época guanajuatense es indispensable mencionar?

   -La segunda mitad del siglo XVIII, considerada la “edad de oro” local: es cuando la minería de la ciudad es considerada como la más rica de su tiempo, lo que se reflejó en Guanajuato y sus alrededores; en las “bocas” de las generosas minas se levantaron iglesias que, como hoy se ve, son de gran magnificencia y prueba de agradecimiento del pueblo a la manifiesta bondad de la Divina Providencia.

   El religioso  Juan de Dios  es reacio a confesarlo, pero me dice que la iglesia de La  Compañía es su favorita, y que “no se debe dejar de visitar”. En “Noticias de Guanajuato” de Gráfica Cervantina, se lee: 

   “...en 1746 habría de colocarse la primera piedra de lo que sería, una vez terminada en 1765, la obra que llenaría de gran orgullo a los vecinos de Guanajuato, y en especial a don José Manuel Sardaneta, primer marqués de Rayas, quien costeó casi toda la construcción de la monumental iglesia de La Compañía, de aire notabilísimo, con profusión de ornamentos hábilmente distribuidos en las fachadas. En la principal, de amplio paramento, se ven tres portadas, elaboradas con finísimo detalle en que resaltan los estípites y una curiosa cornisa, tres balcones volados, un medallón en relieve con la Santísima Trinidad y hornacinas que resguardan los santos de La Compañía de Jesús. También engalana el exterior de la iglesia una portada con gran fuerza en toda su inspiración barroca. El excepcional campanario, filigrana de columnas que remata en formas onduladas de gran originalidad, contrasta con la lisa y severa espadaña de la fachada opuesta, frente a la torre”.

   El interior de esta iglesia de la Compañía de Guanajuato es de tres amplias naves, muy bello y sacro. Preserva innumerables obras de arte; en la sacristía se aprecian unos lienzos del magnífico Cabrera, con escenas de la vida de San Ignacio de Loyola.  Se aprecia en el interior el alto cimborrio, que sustituye al que originalmente existía, desplomado en 1803; las líneas clásicas de este cimborrio -que data de 1883- visto desde la distancia en el exterior, desentona con el paisaje inconfundible que dan a los techos de la ciudad las cúpulas y los campanarios barrocos. En una roca tallada del templo está escrito que su traza la realizó Fray José de la Cruz, y dirigió los trabajos el arquitecto constructor de retablos Felipe de Ureña. Hoy, la piedra pulida se mantiene en todo su esplendor, y aun cuando han desaparecido de la iglesia los altares churriguerescos, entre los vecinos despierta el mismo entusiasmo que en su inauguración; en un folleto, publicado al dedicarse el templo en 1767, con el título de “Rasgo Breve de la Grandeza Guanajuateña” se lee que “La Compañía es templo airoso, que sobre plata se cimienta” y “celebérrima Basílica, que cede ni a los soberbios Mausoleos de Semiramis, ni Artemisa, ni al famoso templo de Diana, ni a los que la Fama registra en sus anales”, y se agrega un verso final que dice: 

“Y sea esta ciudad, por su templo sin segundo,
celebrada en todo el mundo.
Por su liberalidad, ciudad dichosa,
en cuyo centro brilla como diamante,
a quien la plata engasta,
este templo que es prodigio,
maravilla, a cuyo elogio el mundo no le basta”.

   Con similar inspiración, en 1785 se estableció junto a La Compañía el Seminario o Real Colegio de la Purísima Concepción, que al sobrevivir la expulsión de los jesuitas de América, en 1806, pasó a manos del Ayuntamiento, para convertirse más tarde en la actual Universidad de Guanajuato.  En general las construcciones eclesiásticas de la ciudad tienen sentido de monumentalidad y disposición de elementos ornamentales grandilocuentes en sus fachadas. Otro templo, el de San Francisco, que data de 1792, es de piedra rosada magníficamente labrada con motivos ondulantes que recuerdan seres del mundo vegetal. Todos están de acuerdo en Guanajuato en que la portada más bella que legó ese mundo pasado, son las puertas que protegen la entrada al templo de San Diego, en el jardín de La Unión;  la iglesia formaba parte del antiguo convento de San Diego, que fue arruinado por la pavorosa inundación que sufrió la ciudad en junio de 1760. Hoy, reconstruido solo el templo, su fachada es la original fielmente restaurada, con líneas y composiciones de gran refinamiento y equilibrio en los perfiles quebrados y exuberantes, que hacen de la portada una de las más importantes piezas conservadas del arte barroco mexicano.

   Fray Juan de Dios dice que en Guanajuato se encuentran algunos de los más bellos templos llamados “mineros”, por estar construidos en las “bocas” de entrada de la Tierra, “como la iglesia de La Valenciana, levantada en esa mina por don Antonio de Obregón y Alcocer, primer conde de Valenciana;  el templo está dedicado a San Cayetano”. Y agrega Fray Juan que esta iglesia data del siglo XVIII “y es digna del cielo por su belleza, por sus proporciones perfectas. Como un trabajo de orfebre, en sus fachadas resalta toda la vida de la piedra.  En el interior, en sus retablos de filigranas la madera luce enmarcada en oro espléndidamente”.

   San Cayetano de La Valenciana es un templo suntuoso por excelencia, muy ornamentado y de costo incalculable hoy día; en principio el dibujo pétreo de la portada mayor es de los más delicados que se conservan en México. Integra el fastuoso conjunto una rizada cornisa multi línea y estípites, inmensas hornacinas y balcones en las torres (solo una tiene campanario);  en la puerta lateral se ven imágenes de santos y figurillas de animalitos entre flores, plantas y follaje indescifrable. El interior suma gran exuberancia: pilastras, arcos y bóvedas se muestran ricamente decorados, aunque toda esa  mampostería  tallada,  única,  siendo excepcional, es poca cosa frente a los tres altares churriguerescos de su única nave; los retablos conforman formas difíciles de contar, perfectamente conservadas y todas elevándose a lo alto. El Mayor, como se espera, está ofrendado a San Cayetano; el lateral izquierdo a la Virgen de Guadalupe; el lateral derecho a la Asunción de María. Todos magníficos en sus oros que refulgen; se ven multitudes de ángeles, ninfas, santos y pastorcillos, todos cuidadosamente estofados con vida propia, vida extrañamente inspirada la del artesano que, en siglos, rescató estas escenas; en verdad forman unos de los más bellos conjuntos que se pueden apreciar del arte eclesiástico en la arquitectura americana. Las capillas interiores que no se deben dejar de ver, conservan delicadas esculturas, incluso una delicada figura en bulto de la Purísima, de franco origen asiático. También orientales se ven diversas formas como su maravilloso púlpito bañado en carey y marfil; la pila bautismal es de alabastro y, como presente de Oriente, es otra joya importada a América durante la época virreinal. San Cayetano de La Valenciana es una de las construcciones que instaron a la UNESCO a nombrar a Guanajuato Patrimonio Cultural de la Humanidad; es que no es posible apreciar en otro sitio obra igual.

   En la ciudad existieron otras iglesias levantadas en “boca” de mina, de las que hoy es posible solo apreciar sus ruinas, como la de Cata cuya portada corresponde a la mejor época barroca, el citado churrigueresco de buena ley;  con gran influencia indígena, las figuras talladas presentan una gran vivacidad, causando efecto inusitado. En lo que queda de la iglesia de Cata se venera una muy antigua imagen: la del señor de Villaseca, traída a Guanajuato en 1618, y que, según la tradición popular es “sumamente milagroso”, lo que se aprecia en la infinidad de placas en que están escritos otros tantos testimonios de los fieles servidos. Otro templo minero; el de Rayas, también cayó en ruinas quedando de testimonio solo su portada, muy bella, con estípites angostos y un exótico arco mixtilíneo; adorna actualmente la fachada de la iglesia del Pardo. Otra portada, magnífica, y que se encontró en lo que fue la iglesia de Marfil de la mina del mismo nombre, se conserva en el patio de la Universidad de Guanajuato, al final de una espectacular escalera de imponente presencia:  testigo mudo del tiempo perdido.

   El visitante que llega a la ciudad siempre penetra sigiloso por sus callejones, tenso de sorpresa por lo que va descubriendo en la construcción civil que lo recibe. Zaguanes de viejas casonas y palacios olvidados, calles de adoquín antiguo y piedra van envolviendo todo el pueblo como dijimos: en un laberinto inacabable. Solo rozar la historia de uno de sus edificios -la mítica Alhóndiga de Granaditas- nos llevaría un libro entero, porque se debe saber que Guanajuato en sí, como ciudad levantada por mano de hombre entre aguaceros y soles intranquilos, es una obra de arte.

   En Guanajuato, además de sus iglesias, conventos y enormes casas, se pueden apreciar obras de carácter municipal de enorme interés, entre las que hay que señalar la gran Presa de la Olla, construida en 1749, y alrededor de la cual hoy se pueden ver bellas mansiones en medio de soberbios jardines multicolores. Es necesario mencionar su cementerio civil, construido a comienzos del siglo XIX, para remplazar al de San Sebastián, que data de 1782 y hoy yace semi  abandonado. El Civil goza de gran fama entre los camposantos de México por sus tumbas de próceres y por un hecho extraordinario que allí sucede: la composición del suelo (arsénico básicamente) conserva los cadáveres momificados; las autoridades al percatarse del hecho, decidieron construir una enorme cripta a un costado del cementerio mismo para mostrar el hecho al público, lo que hace de este un verdadero museo de la muerte visitado por quien va a la ciudad.  En el personal cuando fui a ver las célebres momias de Guanajuato salí impresionado por las horribles facciones desesperadas que tienen marcadas en los restos de rostro, algunos en perfecto estado, y me parece dudoso que cualquiera que vea el espectáculo no se impacte: es una experiencia única ver estos restos de la muerte.

   La obra pública más notable de la ciudad es también el sitio más importante de su historia: la Alhóndiga de Granaditas, realizada por el Ayuntamiento entre los años 1798 y 1809. Es un edificio enorme de grandes paredes, situado al pie del Cerro del Cuarto, cerca del río de Cata;  las paredes de la Alhóndiga tienen unos setenta metros de altura en sus lados mayores, con forma de paralelogramo que parece más castillo que troje: para lo que fue construido. Hoy sirve de conglomerado artístico, especialmente museo regional con espaciosos cuartos y oficinas; en la década de 1980, en una de estas espaciosas salas me recibe la directora entonces del sitio, Claudia Canales. La licenciada Canales me contó sobre la historia de la Alhóndiga de Granaditas: 

   -"Luego de la enorme hambre que sufrió el país a  fines  del siglo XVIII -dice ella-, les pareció oportuno a las autoridades locales construir un depósito de maíz lo suficientemente grande como para evitar que Guanajuato sufriera otra calamidad igual. En esa época el virreinato de la Nueva España se dividía en doce provincias llamadas intendencias, y la de Guanajuato, desde 1792, era gobernada por don Antonio de Riaño, quien posiblemente fue quien dirigió el plan de crear un lugar donde se pudieran conservar abundantes provisiones de maíz. Los planos de la Alhóndiga, obra del arquitecto Alejandro Durán y Villaseñor, fueron revisados y modificados por los profesores de la Academia de San Carlos de la Ciudad de México, que, siendo una escuela de Bellas Artes (como sigue siendo en la actualidad) había impuesto el estilo afrancesado neoclásico, y así se hizo este edificio, a la moda de entonces, aunque se construyó con tal lujo que de humilde troje pasó a ser un verdadero palacio para guardar maíz”.

   La arquitectura civil de México es la más espléndida de América, y se dice que la Alhóndiga de Guanajuato es uno de los edificios públicos más bellos del país. Sus puertas se abren al Oriente y al Norte, ambas con columnas y entablamentos toscanos; el gran patio interior se eleva en un pórtico de dos pisos: el bajo de orden toscano y dórico el alto, es en verdad una especial realización, bella, aunque no es la importancia artística del edificio lo que ha cimentado su fama, sino la debe a los importantes acontecimientos en que fue protagonista dentro de la historia de México. He conversado con el profesor Mateo Salinas, nacido en Guanajuato y uno de los cronistas, quien habla “con fechas porque la gente suele olvidarlas”.

   -El 16 de septiembre de 1810 -dice el cronista Salinas- en la localidad cercana de Dolores, el cura Miguel Hidalgo, que es algo así como nuestra gran sombra histórica, secundado  por tres capitanes del regimiento de Dragones de la reina, Ignacio de Allende, Juan Aldama y  Mariano Abasolo, en el atrio de la iglesia proclamó la independencia de México. El eco del instante, que nuestra historia recuerda como “el grito de Dolores” quebró la calma acostumbrada en las ciudades coloniales del país, y como en todas las poblaciones, puso en movimiento a las autoridades españolas de Guanajuato.  Y cuando el entonces Intendente Riaño anunció su firme propósito de defender la plaza confiada a él, advirtiendo que la mayoría del pueblo simpatizaba con los insurgentes, ordenó reducir el espacio de sus fortificaciones a la hacía poco, entonces, terminada Alhóndiga de Granaditas y sus alrededores inmediatos. Quizás estimó Riaño que ese era el mejor lugar para la defensa... pero desamparó la ciudad al no considerar que la pequeña altura que domina Granaditas, si bien resguarda la entrada principal de Guanajuato, a su vez está dominada por el Cerro del Cuarto. Así, ordenó trasladar al edificio a las tropas y a quienes le seguían, los caudales reales y municipales, los archivos de la Intendencia y del Ayuntamiento, víveres y grandes cantidades de municiones; se refugiaron también todos los civiles españoles y muchos criollos acomodados con sus tesoros, convirtiendo a la Alhóndiga, tapiada con adobe su puerta oriental, en una verdadera bóveda que custodiaba valores insospechados. Nuestra historia estipula que Riaño se daba perfecta cuenta de su difícil situación, esperando resolverla más que con sus recursos, suficientes solo para un corto tiempo, con la llegada de las tropas solicitadas al Virrey, que debían llegar a Guanajuato en los próximos días. Pero no recibiría auxilio, estaba abandonado a su suerte.

   Se estipula que el cura Hidalgo y su ejército insurgente, al grito de “¡Viva la Virgen de Guadalupe!”, convertida en símbolo de la causa, se apoderó en una semana de casi todo el territorio de la Intendencia de Guanajuato, iniciándose el ataque a la Alhóndiga en las primeras horas del atardecer del 28 de septiembre; pronto el edificio estuvo rodeado por completo, el asalto a sus muros, que hoy muestran huellas de la lucha, se produjo de inmediato, y Riaño, en el interior ordenó replegarse cuanto fuera posible. “Fue su última orden -dice el cronista Salinas-; porque  una bala lo dejó sin vida, produciéndose un total desconcierto entre los que allí estaban. Algunos oficiales españoles querían capitular, otros querían continuar la lucha, ante lo cual los soldados no supieron qué orden seguir... el cuadro de los encerrados en la Alhóndiga de Granaditas debió ser poderoso”.

   En el exterior, los Insurgentes trataban de derribar la puerta Norte, pero este resistía firme, hasta que ocurrió la intervención del minero Juan Martínez, apodado “Pípila” (nombre del guajolote o pavo hembra). El “Pípila” fue protagonista de uno de los actos heroicos que se escribió en Guanajuato para las luchas de Independencia que entonces inflamaban toda América. El historiador Carlos M. Bustamante, en su "Cuadro Histórico", narra así el episodio:

   “...Hidalgo, convencido de la necesidad de penetrar al interior de Granaditas, nada omitía para conseguirlo. Rodeado de un torbellino de plebe, dirigió la voz a un hombre que la regenteaba y le dijo: -“Pípila”, la patria necesita de tu valor, ¿te atreverías a prender fuego a la puerta de la Alhóndiga?”

   La empresa era arriesgada, porque era necesario poner el cuerpo al descubierto ante una lluvia segura de balas. Y “Pípila”, este lépero comparable con el carbonero que atacó la Bastilla en París, tomó al instante una loza ancha de cuartón, púsola sobre su cabeza afianzándosela con la mano izquierda para que le cubriese el cuerpo, tomó por la derecha un ocote encendido, y a gatas marchó hacia la puerta de la Alhóndiga... en breve las llamas redujeron a escombros la entrada, y todas las ilusiones de salvarse que pudieran tener los encerrados de Granaditas.

   En el patio que se eleva al pórtico interior fue la lucha cuerpo a cuerpo. Dice el cronista Salinas que “prácticamente la acción terminó con la muerte del mayor Berzábal, del batallón Realista de Guanajuato, quien, ya de los últimos en pie, se abrazó a sus banderas y continuó combatiendo hasta quedar sin vida.” La historia anota que murieron trescientos españoles y unos dos mil Insurgentes que fueron  enterrados  junto al  río de  Cata.  Luego -sigue  el cronista-, “siguió un pillaje en la ciudad que duró dos días”. Lo acabó Hidalgo ordenando matar a los saqueadores. Dos meses más tarde, el general Calleja y el conde de la Cadena, Manuel de Flon, decididos a recuperar Guanajuato, vencieron la resistencia de varios puestos avanzados Insurgentes: Calleja llegó hasta La Valenciana, mientras Flon dominaba el cerro de San Miguel, donde ahora se levanta una estatua del “Pípila”. El pueblo, al verse amenazado de nuevo, se llenó de pánico y dirigidos por un minero al que se conoce como “Platero Lino”, después de amedrentar a la guardia, entraron a Granaditas y, de entre los doscientos cuarenta que allí aún se encontraban prisioneros, asesinaron a ciento treinta y ocho, entre españoles y criollos”.

   En respuesta, la mañana del 25 de noviembre de ese 1810 es para Guanajuato el día que marca un terrible episodio, y de hecho la mayor violencia que se ha cometido contra ciudad alguna en América: todos sus habitantes son condenados a muerte. Calleja ordena a sus soldados entrar por las calles y degollar a cuantos encontrasen en ellas;  frente a la iglesia de San Diego los matadores fueron enfrentados por el célebre cura Belamzarán, con un crucifijo en vilo y voz de trueno, ordenando suspender la orden.

   En un testimonio de la época, en el Archivo del ayuntamiento, leo que “y los soldados no supieron qué hacer al ver al cura, y los que estaban a su lado no fueron tocados, pero siguieron perdiéndose en los callejones los asesinos.” Si “por un efecto de humanidad -decía en un bando el general Calleja- mandé esta mañana a mis tropas que suspendieran el xusto castigo que había decretado de llevar a esta ciudad a fuego y sangre y sepultarla bajo sus ruinas”, “ y haré xusticia",  y narra otro testigo que “al otro día ordenó llevar a la Alhóndiga a muchos vecinos de Guanajuato y, por orden del conde de la Cadena, se fusiló a treinta de ellos; luego, en los diversos puntos de la ciudad se levantaron horcas, en las que siguieron muriendo vecinos durante los siguientes días, calculándose un número de trescientos...”

   Guanajuato fue sumergida en el miedo. Unos meses después, julio de 1811, fueron cortados los hilos de la vida de las primeras voces del Grito de Dolores: Hidalgo, Allende, Aldama y Jiménez. Los cuerpos de los héroes fueron sepultados en la iglesia de San Francisco de Chihuahua y sus cabezas se enviaron a Guanajuato “para servir de xusto escarmiento.” Llegó la macabra carga el 14 de octubre, y fueron clavadas en las cuatro esquinas de la Alhóndiga: las cabezas permanecieron ubicadas allí hasta el 28 de marzo de 1821, cuando por orden del jefe revolucionario Anastasio Bustamante, “las calaveras recibieron al fin cristiana sepultura”. Hoy, en cada esquina de la Alhóndiga se puede ver una placa con el nombre de los héroes.
   Por éstos, y otros hechos similares que los cronistas de Guanajuato citan, es que digo que la ciudad está en verdad asentada en la fortaleza esgrimida por sus vecinos, anónimos vencedores de otros días teñidos de oscuridad. Hoy, quien va a Guanajuato ve cómo la luz cubrió hasta sus calles subterráneas, que, de noche, se ven doradas.

© Waldemar Verdugo Fuentes.
ARCHIVO: Artes e Historia-México.

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